sábado, 23 de mayo de 2009

Mamá marmota.

Cómo brótolas. Sí, creo que ese es el término que mejor define mis ojos.
Esta noche, a pesar del cansancio, el sueño -como todo lo bueno- se ha hecho esperar.
He contado todas las flores dibujadas en mi cenefa, he memorizado la colocación exacta de los peluches que hay en mi estantería, he medido milimétricamente la posición de cada uno de los cuadros que adornan estas cuatro paredes. Hasta me he dado cuenta de que la lámpara que cuelga del techo tiene una pequeña telaraña -debería limpiarla.

En noches así, acabo por desesperarme como los niños chicos, pero prefiero vivir con este cansancio, estoy intentando dejar de automedicarme.
Para mí, el insomnio es sinónimo de inquietud, una inquietud que carga el aire que se respira en una habitación hasta el punto de asfixiar.
Todo sería más rápido y sencillo si fuera algo visible a simple vista y no fuera como un acertijo. Nunca se me dieron bien las adivinanzas.

Pero las pocas horas de descanso cubiertas no se han visto afectadas únicamente por mis parodias mentales, supongo. La tormenta no ayuda mucho con mi propósito de relajarme y adentrame en el fantástico mundo de lo sueños.
No se trata de ninguna fobia a los rayos que iluminan de golpe mi cama a través de la ventana o a los truenos que me sacan de mi trance, sino algo muy distinto y también absurdo... ¿Aturullamiento? Sí, eso es. Puedo tirarme horas mirando al techo esperando con atención y con los ojos muy abiertos, mezcla de brótolas a causa del sueño y como platos debido a la fascinación (y fijación) que producen en mí esos fenómenos meteorológicos.
Es algo que me absorbe, pero no lo suficiente para hacerme entrar en "fase-hibernación", por desgracia.

¿Quién fuera marmota para dormir meses y meses sin preocupación ni condición?

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