miércoles, 2 de diciembre de 2009

En busca de la Felicidad - Parte I

Lo veía difícil, pero no como una misión imposible. Nunca entendió del todo el concepto de Felicidad, pero lo configuraba como un estado placentero provocado por un conjunto de alegrías y satisfacciones en el que el individuo gozaba de un equilibrio inimaginable pero no eterno.





Su visión, casi siempre negativa, del mundo le hacía mostrar una personalidad sombría y unos estados de ánimo apagados. - A excepción de algunos momentos de enajenación mental y claro trastorno bipolar. –



La apatía le dominaba desde tiempos inmemoriales y en pocas ocasiones le permitía “desmelenarse” en alguna fiesta.

Pronto empezó a pasar desapercibida y pasó de un segundo a un décimo plano, a ser una pieza inútil en el puzzle de las complicadas relaciones sociales.

Cada vez aportaba menos en las reuniones, quizás por desinterés o porque realmente no tenía nada que aportar.





Tenía constantemente un sabor agridulce en la boca, y es que la sensación de no tener apoyo o no estar reconocida le invadía el cuerpo. Sus obligaciones eran cada día menos reconfortantes y sus hobbies menos gratificantes aún.

La ilusión y la emoción, cuando empezaba algo nuevo, la devoraban. Y era esa ilusión tan grande y tan feroz la emoción, que no tardaban en consumirla y despertarla cada mañana con una pequeña dosis de frustración a golpe de tambor.



No aceptaba piropos insulsos y mucho menos frases prefabricadas en series de televisión o canciones ñoñas de “cantantes” españoles que van de románticos.

Pocas veces podía ser arrollada y quedarse con la boca abierta y sin palabras si no era con ingeniosos cumplidos o enmascaradas pero cortantes críticas.

No era difícil que se hiciera pequeña con una sola mirada despectiva o que se hiciera grande con sutiles halagos.



Podían pisarla en un descuido y aplastarla como a una hormiga o podía pisar ella sin pensarlo dos veces y hacer puré a su “agresor” a golpe de un martillo de tres metros de diámetro.





Experimentaba provocando emociones en los extraños. Era la curiosa tipa del metro que se sentaba delante de sus víctimas y las miraba fijamente con una inexpresión en la cara que rayaba lo paranormal y se reía de sus sonrojos o se asustaba con sus guiños cargados de picardías y sus miradas lascivas.



No soportaba cruzarse con algún desconocido y creer ver algún fantasma del pasado - “Los fantasmas no existen” se decía. -

Pero el temblor de piernas y labios no se los quitaba nadie.





A menudo se sorprendía pensando en cómo sería la vida en París, Londres o la gran ciudad de Nueva York. Pero sabía que con la poca iniciativa que tenía y la mala suerte que la perseguía no muy lejos iba a llegar.





No era antisocial y no padecía ningún tipo de enfermedad que la llevara al aislamiento, pero, aunque no disfrutase del todo con ella, prefería la soledad.



No esperaba ningún trato especial por parte de sus más allegados, no se sentía una persona que fuera imprescindible en la manada o que tirara del carro con fuerza, pero alguna vez echó en falta el interés que muchas veces sobraba por parte de sus “novietes” y sus amigos.



La confianza que había puesto en muchos se fue evaporando, hiciera frío o calor, incluso la que tenía sobre sí misma se esfumó por completo y la sumió en un estado de hostilidad permanente sin posibilidades de negociación.





Poco a poco fue perdiendo la cabeza, pero nunca perdió la esperanza de encontrar el momento y el lugar donde plantar su semillita y alcanzar ese estado de realización y bienestar máximo que todos llaman "Felicidad".







Gracias a los que me leéis y sois asiduos a mi blog.