jueves, 12 de noviembre de 2009

¿Para qué la corbata?

8:00 a.m: Suena el despertador tres veces seguidas. A la cuarta lo apago y me levanto con tal desorientación y tanta prisa que me mareo. Por supuesto, me caigo al suelo.



8:10 a.m: Ducha. Champú, gel y espuma. Potingues en el pelo con el único fin de hacerlo crecer a velocidades de vértigo y la modesta intención de parecer una hippie.



8:30 a.m: Preparo el desayuno. Cereales o galletas, acompañados de un vaso de leche bien caliente y “colacado de bilbado” de toda la vida.

Me siento delante de la mesa y me sirvo también mi dosis de medicamentos; jarabe para la tos, antibiótico para curarme de todo espanto, inyección de ironía y sarcasmo, y un ibuprofeno para el dolor de cabeza y la jaqueca que me provocan las vidas y penas ajenas.



9:00 a.m: Mierda, llego tarde a clase.



9:10 a.m: Con la policía, la guardia civil y el ejército de tierra, mar y aire pisándome los talones, y a más de 200 Km/h por la -más que necesitada de obras- M-607, llego a la universidad, finalizando con éxito mi huída de las autoridades.



9:25 a.m: Tras insufribles, desesperantes e interminables minutos buscando aparcamiento cerca de mi facultad opto por dejar mi todo-terreno / cuatro-por-cuatro o coche-pulga para los amigos en medio de la acera respetando el código de circulación por encima de todo.



9:25 a.m – 13:40 p.m: What I’m doing here? ...

... Ni puta idea.



14:00 p.m: Preparo mi plato minimalista. Un tomate, una hoja de lechuga y media nuez. De postre: una tarta de 4 kilos, repartidos a partes iguales entre mi par de patas de alambre, mis dos hemisferios cerebrales o las gemelas.



15:00 – 22:00 p.m: Gustosamente doblo ropa y ordeno zapatos en Decathlon.



00:55 a.m: Ojos como brótolas en las cuencas se cierran hasta que la corneta suena otras tres veces y me golpea en la cabeza una cuarta.

Te preguntarás que ocurre en el intervalo de tiempo de 22:00 a 0:55. A lo que te respondo… ¿Y a ti que te importa?





En fin, esta es o era mi rutina. Y digo era, porque este barco ha cambiado de rumbo, ha tomado otra dirección hacia otro puerto que por el momento, permanece a la espera. Por ahora, el solitario capitán está bien a la deriva y en mitad del océano.





El cambio está presente en el día a día, pero cuando es demasiado brusco puede llegar a crear una esperanza e ilusión de tal magnitud en la persona que toma una decisión que llega convertirse en incompetencia o, por otro lado, generar ansiedad en alguien que, desgraciadamente, no tiene ni voz ni voto respecto al papel que le toca representar.





Ya va siendo hora de ponerse serios.







martes, 10 de noviembre de 2009

Momento de duelo y silencio.

Decir adiós es algo muy duro, claro que nadie dijo en ningún momento que fuera plato de buen gusto. La muerte forma parte de la vida y debemos hacernos a la idea.
Decir adiós es duro cuanto es repentino, cuando es inesperado, cuando es definitivo... Es duro cuando quedan cosas por hacer y no se ha dicho todo o no se ha dicho nada.

Sería más facil y llevadero si fuera creyente, puede que hasta me arrepienta de no serlo. Sería más fácil si creyese en divinidades, en el Bien Supremo o en la vida eterna. Pero no es así, no creo en las verdes praderas del Señor, ni en los ángeles o arcángeles, ni en el cielo o en el infierno. No creo en nada. Para mí no habrá salvación.

Quizás sea por eso que la fortaleza con que afronto esto no es la misma que la que pueda mostrar su persona más cercana.

La muerte de un ser querido puede derivarse en dos situaciones totalmente diferentes; puede unir a las familias o por el contrario separarlas. Eso es algo que sólo el tiempo puede determinar.
El tiempo siempre tendrá la última palabra.


8 de Noviembre de 2009. Te fuiste apagando poco a poco y una parte de nosotros lo hizo contigo.

martes, 3 de noviembre de 2009

Equilibrio.

Las decisiones importantes son las que te marcan. Y aquella fue una de esas. Intento mantenerme firme en ella, apoyándome siempre en las "ventajas" que me pueda proporcionar y aunque crea que me perjudica, lo estará haciendo sólo a corto plazo. Todos ganamos con el cambio.

No soy una persona consistente; que tenga el mismo ánimo dos días seguidos, que insista en sus planes en una misma semana o que tenga una opinión formada sobre alguien durante mucho tiempo.
Pero sí soy estable a largo plazo, tengo mas o menos una ligera idea de cómo me veo dentro de 11 años (pesando 150 quilos, viviendo sola en mi piso y siendo devorada por unos pastores alemanes - esta broma la entenderán muy pocos).
Que sea una desequilibrada no quiere decir que no sea estable. Soy igual que hace 5 años y lo seguiré siendo dentro de otros 5 (creo que esto ya lo dije en otro momento, pero lo repito para que quede claro... o para convencerme a mí misma)

Me levanto cada mañana, con más o menos ganas, y me propongo no pensar en el pasado bajo ningún concepto, no recordar nada haciéndo uso de mi favorable amnesia temporal y no flaquear en ningún momento.
Me propongo fijarme más en lo que tengo cerca, dedicar más tiempo a lo que está llegando y a lo que está por llegar darle la bienvenida con una sonrisa y no echarlo a perder con mi mala uva.

Nunca se me dió bien mentir, no soy lo suficiententemente original e ingeniosa para inventar historias creíbles y fiables. Lo que hago es inventar historietas sobre la marcha cuando ya me han pillado, y me rodeo de trampas para que el castigo sea mayor y mucho más dolorosa la culpa cuando me vea acorralada.

Voy tirando con lo que tengo, me apaño con lo que está a mano. Pero quiero más.
Aunque, por suerte, puedo permitirme el lujo de decir que no importa lo nublados que sean los días, porque tengo a quien me alegre. No importa lo oscuras que sean las noches, porque tengo a quien me acompañe.

El romanticismo no es ni tampoco ha sido nunca lo mío, a decir verdad, rehúyo de todo aquello que me pueda parecer empalagoso o relativamente repelente, pero no rechazo algún que otro detalle de vez en cuando. Que me sorprendan con comida china a domicilio a la luz de una vela, hacerlo en la alfombra del salón o que me dediquen una simple canción hace que se mantenga la llamita encendida y se me salte alguna que otra lagrimilla.