Volviendo a casa en el autobús 713 no sé exactamente a qué hora de la noche, debido a mi reciente desorientación no sólo temporal sino espacial también, he dedicado la media hora que dura el trayecto Madrid-Tres Cantos a pensar y recapacitar, una vez más, sobre mi persona.
"Empieza el espectáculo".
La vaguería que me acompaña desde hace un tiempo está cogiendo una forma que no hay por donde agarrarla. La intención y las ganas que pongo en la mayoría de las cosas que hago es mínima, casi invisible.
Será desinterés, pero todos mis planes se quedan en eso, en planes, o en su defecto en un ilegible boceto.
Me propongo metas inalcanzables, tareas con una gran dificultad que, según un psicólogo con un nombre que ni el profesor de la asignatura en la que aprendí esa lección es capaz de pronunciar, si son enfrentadas con un nivel de competencia bajo, generan una cantidad de ansiedad y estrés en la persona que hacen que pierda todo tipo de interés en su desarrollo. -Jolín, parezco una entendida de la materia con este vocabulario tan "técnico"-.
Me contagio de las creencias que dominan a las personas que me rodean por la simple repetición de afirmaciones, verdaderas o falsas, cuyo fin es el simple autoconvencimiento de algún hecho poco fiable. De ese modo me dejo engañar como se engaña a un chino y soy capaz de enredarme yo sola en una maraña de ideas confusas, de montarme un circo en el que yo soy el payaso protagonista o de dejarme llevar por el camino de la amargura.
Desconfío de lo desconocido, pero desconfío muchísimo más de lo que es sabido y predecible si no es bueno.
Odio dar pasos en falso, pisar suelos inseguros, caminar hacia destinos sin nombre. Prefiero actuar a sabiendas de lo que va a pasar, las sorpresas nunca han ido conmigo.
Me dejo querer con facilidad, o por lo menos lo intento; nunca rechazaré una caricia, no le haré ascos a un beso, ni evitaré a toda costa una conversación que requiera cierto grado de confianza y compromiso, pero rara vez seré capaz de mantener la mirada más de veinte segundos seguidos. El cariño que sale de mí, aunque fuerte, es escaso y la demora que pueden llegar a sufrir los que de verdad lo merecen es larga.
Pero sé casi con seguridad que el día en que una persona acepte todo lo que puedo ofrecer, sin reprochar ni un solo mal rato pasado y escuchando con atención mis discursos absurdos y mis ideas de bombilla, habré encontrado a "mi otra mitad".
Mi desmesurado, inevitable, pero domesticable egocentrismo no se lleva demasiado bien con ese "afán de protagonismo" con el que más de uno me ha coronado. No soporto ser el motivo de una conversación, el centro de atención de una reunión, ni ser el blanco de casi todas las miradas dentro de una habitación. No importa si se me está cubriendo de flores o me están pitando tanto los oídos que van reventarme, supongo que será por culpa de esa timidez que me ha perseguido toda mi vida, pero eso hace que me sienta vulnerable e indefensa.
La mayoría de las veces en las que me veo envuelta en una discusión, civilizada o no, busco la forma de salir vencedora de ella. Mi tozudez me convierte en alguien repleto de razón, aún sin argumentos, pero siempre con la razón y la última palabra en la boca.
Soy una persona totalmente ambigua, a la orden de una mentalidad obtusa. Mi capacidad de expresión es prácticamente nula, no cumple con la principal condición de transmitir la información correcta, adecuada y sin inducir a error. Me contradigo constantemente, de hecho, habré sido capaz de contradecirme, no una, ni dos, sino infinitas veces, en las líneas anteriores, palabra por palabra, frase por frase, aunque a primera vista no quede constancia de ello.
Cuando ya no podía martirizarme más con mi autocrítica me he dado cuenta de que me había pasado de parada y una vez en tierra firme he dejado el análisis de mi pequeño, pero enredado, mundo interior a un lado y al igual que el neurótico y único personaje de la obra cuyo título es el mismo que el que hoy le da nombre a mi entrada, he querido buscar el por qué de esta retracción, pero una vez más no he sabido dar una respuesta clara a la pregunta...
¿y todo esto a que ha venido, "Mari"?