viernes, 28 de agosto de 2009

Felicidades.

Cumplir años es algo que le sienta bien a todo el mundo, como al buen vino, que adquiriendo un sabor y un aroma únicos con paciencia y tiempo les llega la oportunidad de ser apreciado por unos pocos paladares exigentes, mostrando todas sus buenas cualidades.
Los años aportan experiencia, sabiduría y saber estar, dicen.


A pesar de ser consciente de este hecho, porque es un hecho indiscutible, creo que no le doy demasiada importancia a los cumpleaños, el sentido que tiene para mí el paso de los años seguramente sea muchísimo más invisible que el que le puedan dar otras personas. Para mí, el paso del tiempo no se mide anualmente, año tras año, como podría hacerse con los aniversarios o los cumpleaños, prefiero medirlos de manera lineal y continua, de ahí que no sienta la misma alegría y no muestre la misma ilusión que los demás una noche de año nuevo o que no tenga por costumbre celebrar mi cumpleaños por todo lo alto, cuando lo celebro.

A mí me da igual tanto un año como diez. Sigo siendo igual de idiota que hace cinco años y lo seguiré siendo dentro de otros cinco, pero eso sí, con elegancia. Si algo funciona bien, ¿para qué cambiarlo?


Pero hoy voy a hacer una excepción y voy a detener mi rotación, para bajarme de mi globo terráqueo y felicitar a Cristina Cárdenas, porque la ocasión merece que le dedique parte de mi tiempo lineal y continuo y esta canción que tanto me gusta.






P.D.: He decidido no subir la foto que tenía pensada subir para bienestar y agradecimiento de la aludida en cuestión.

jueves, 27 de agosto de 2009

Plan Renove.

Por desgracia, no siempre se puede decir que es tarea fácil afrontar una situación adversa, como tampoco se puede esperar que se haga en poco tiempo y por supuesto, sin ningún esfuerzo, a no ser que seas un superhéroe y tengas el afortunado poder de deshacerte de todo obstáculo y hecho pasado para salvar a la humanidad sin temblar ni un sólo segundo.

Por muy intenso que haya sido lo vivido, tanto placeres como disgustos, hay veces que es mejor dejarlo pasar, para hacer que tu vida merezca de nuevo la pena, de un modo u otro y evitar ser mal ejemplo de un estancamiento destructivo.
Ya se sabe, lo pasado, pasado está.


Las personas cambian, o por lo menos su apariencia, y las apariencias engañan, por lo que los listos prefieren mantenerse al margen y los tontos se fían de ellas. Yo no sabría donde situarme, supongo que en un punto intermedio, ya que a mí no me van los extremos y sí las medias tintas.

Aparecen nuevas oportunidades, encontramos nuevos caminos y otros rumbos que seguir. O al menos de eso intento convencencerme. Es en esa nueva vida, tan prometedora y jugosa ella, en la que no hay lugar para lamentos, no hay ni un sólo pensamiento ni memoria dedicada a los que se dejan atrás. Y eso, aunque me duela, ha de ser así - el ciclo de la vida me gustaría llamarlo.


El momento de deshacerse de todo sentimiento que te ha hecho perder el norte y de todo lo que te une a una persona, llega, y cuando lo hace, el tiempo pasado, como si de una vocecilla se tratara, hace difícil elaborar un duro, pero necesario plan maestro. Una vez que eres consciente de todo lo que te rodea y andas sobre suelo firme, comienzas a llevar a cabo tu plan. Y aunque sientes un pequeño vacío y una parte de tí se queda anclada en esos días, haces todo lo posible por callar a esa vocecilla y sigues adelante. Como los burros.


La experiencia te ha convertido en una persona opuesta a lo que hubieras deseado; eres débil, capaz de arrastrarte hasta dejar el suelo limpio como la patena y hacerle competencia a la Ballerina, no puedes evitar ser dependiente, e inconscientemente dañina. Te desprecias hasta más no poder, y desprecias a todo el que está cerca, culpando a las personas que te han metido en el atolladero y que huyen con el rabo entre las piernas. Hacen bien, han encontrado su camino hacia la felicidad o la salida de su agobiante mundo, qué se yo. Ya correré la misma suerte yo también, aunque no estoy muy segura de ello. De momento buscaré las formas más absurdas de reciclarme.


Llegado el momento, las palabras que definan tu estado son inexistentes, tras de tí no hay más que un gran espacio en blanco de varios años y un vacío que da vértigo. Te desprendes de todo cuanto has querido o has creído querer, agarrándolo con uñas y dientes. Finalmente desaparece, dejándote con una lista de emociones que te desgarran por dentro; rabia, impotencia, confusión, ingenuidad, vergüenza, tristeza, miedo, decepción... Y luego, nada.



Adoro el drama, pero no me preocupa ahogarme en un mar de sentidas lágrimas, todos tenemos nuestro salvavidas... ¡Ah! Y un paquete de pañuelos.






jueves, 6 de agosto de 2009

Tragicomedia.

Su historia es una historia como tantas otras miles de historias, historias sobre corazones rotos, momentos fugaces, sueños robados, sentimientos sombríos y esperanzas confusas (qué bonito y qué profundo, madre mía). Una historia entre miles de historias que, como sus protagonistas, acaban por ser inevitablemente olvidadas y absorbidas por el tiempo.

Días, semanas, meses, años...

Me voy a ahorrar el primer capítulo del relato. Hartos de verlo en cada esquina, en cada rincón, estamos más que servidos de esas pequeñas dosis de "azúcar pastelosa" que nos hace más interesante y llevadero nuestro día a día; chica conoce a chico, chico y chica se enamoran, se prometen la luna, amor eterno... bla, bla, bla.
Pero como todo en esta vida, esta bonita escena tiene un final que, como dice la canción; "no es un final feliz, tan sólo es un final", un final en el que el pastel es servido en un banquete hasta que no queda nada más que las migajas para insano empacho de los comensales del festín, lo que nos lleva a la segunda parte de la historia.


El vacío que sentía la pobre, ingenua e indefensa muchacha era tan grande y la tristeza tan profunda, que pronto se sumiría y se dejaría arrastrar por el resentimiento, un resentimiento que no tardaría en convertirse en odio, un odio que la arrastraría poco a poco al deseo y a la búsqueda de algo de soledad y quizá unos inofensivos aires de... ¿venganza?. No, ese no era su estilo.

En pocos días cambió su forma de ser, de ver las cosas, de ver a los demás, se transformó en otra persona, o volvió a ser esa que pensó que había enterrado para siempre, quién sabe.
Esa soledad que tanto anhelaba pronto comenzó a darle miedo, y trató de evitarla por todos los medios; buscaba compañía y consuelo donde no lo había, buscaba calor donde sólo encontraría frío. Y cuando parecía hallar lo que creía necesitar, lo rechazaba. Como un perro apaleado, rechazaba cualquier gesto de cariño, respondía con frialdad, mordía la mano que le daba de comer.



Cuando todo lo que hacía empezó a perder su sentido, cuando apenas sentía el tacto de una caricia y muchas de las palabras que le dedicaban dejaron de tener el significado y la fuerza que tenían para ella tiempo atrás, comprendió que la sabiduría no se cuenta por años de experiencia y suma de conocimientos, sino que se gana con años de sufrimiento y océanos de incontables lágrimas de colores y sabores agridulces.


Esta es una historia real, una historia entre miles de historias, una historia de esas que, como las palabras y las hojas caídas en el suelo del otoño, se escapan con el viento. Pero al fin y al cabo es una historia que hoy y siempre se repite.