martes, 25 de mayo de 2010

Adaptación al mundo real.

No hay nada más despreciable y vulgar que el puro conformismo. Siempre desde una postura contemplativa, siempre admirando la humildad del que consigue lo que quiere o envidiando la suerte del que encuentra lo que busca. Y ni siquiera esa envidia es capaz de despertar inquietud alguna en el cerebro dormido de quien se amolda a un mundo que le rodea y que, aunque le divierta en su mayoría, no le llena en su totalidad.

No somos conscientes de que el rumbo que toman las cosas varía hasta que el resultado es muy diferente del que esperábamos; el porvenir, una relación, nuevas experiencias, el orgullo de unos padres, un trabajo, el vínculo que une con un antiguo amigo...
La falta de iniciativa, la ausencia de orden y el caos que provoca una ambición que no tiene función confunden al que está perdido.
Es el conformismo el que priva de sentido común al que no quiere admitir esos cambios. O al que, por el contrario, espera que esos cambios traigan de vuelta lo que tuvo, ayuden a ganar lo que quiere o impulse a ser lo que espera ser.

Es el conformismo lo que nos hace dependientes de los demás.

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