martes, 2 de marzo de 2010

Mi jardín japonés.

Miles son las ideas se agolpan en mi cabeza e intentan salir al exterior en medio de gritos, tirones de pelo, empujones y algún que otro insulto. Y las únicas que consiguen su objetivo, lo hacen a trompicones y sin orden alguno, haciendo que parezca una persona desquiciada y desequilibrada. Menudo despropósito...

Me siento delante de la pantalla, miro por la ventana, me quedo embobada con los carteles publicitarios o soy absorbida por la luz de una farola mientras mi mente trata de encontrar algo en lo que pensar y mi subconsciente me convence de no hacerlo. No es más que una pérdida de tiempo, dice.

No tengo nada o casi nada interesante que contar, pues me he salido de los caminos del conocimiento y la práctica para quedarme dormida debajo de un árbol raquítico que ni da sombra.

Mi lamento es constante, repetitivo y absurdo, las llantinas insoportables y mi expresión y mi escritura ridículas. Mi afán en realidad no es el de entretener, sino el de mantenerme entretenida. "No es más que un escritor mediocre el que escribe para sí mismo y no para los demás" o algo así me pareció entender en un libro poco interesante y nada fácil de leer que ocupa mis viajes en el tren.
Pero, sin darme del todo por aludida y aún pudiendo ser algo mediocre, no me considero una "escritora con talento", así que esta opinión no debe preocuparme.

Soy incapaz de fijar mi atención en un punto concreto durante demasiado tiempo; defecto o "discapacidad" que creo haber comentado alguna vez aquí... eso me frustra, y más aún cuando ese punto es inquieto y difícil de seguir.
Mi memoria me la juega a ratos, a corto o a largo plazo, provocando una pataleta incontrolable y a gran escala.
Todo esto, unido a la morriña que siento por tiempos pasados y no tan pasados, ayuda poco a la hora de dejar actuar al autocontrol, más mental que físico, que me ate los pies al suelo.

Morriña, melancolía, nostalgia, aflicción
y añoranza no son más que sinónimos de un sentimiento estúpido. Y quisiera decir que es inútil, pero pensándolo mejor, tengo que agradecer su existencia pues nos mantiene vivos y mantiene vivo el recuerdo de los que ya se han ido.


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