Frío en las calles de Madrid. Mucho frío y no sólo por el tiempo adverso.
Mi iPod no ayuda y selecciona las canciones más favorables para olvidar todo estado de ánimo positivo. Unas leves notas de piano son más que suficientes para alterar la serenidad y la calma que reina en el solitario camino que lleva a la estación.
La mente es compleja (tan compleja que me volví loca intentando entender los aspectos de la condición humana en mi primer año de carrera) y, aunque nos cueste reconocerlo, incontrolable (tan incontrolable que la ansiedad que generó en mí esa ignorancia me dejó tirada en la cuneta) -al menos en lo que a emociones o estados afectivos y anímicos se refiere.
Mi iPod no ayuda y selecciona las canciones más favorables para olvidar todo estado de ánimo positivo. Unas leves notas de piano son más que suficientes para alterar la serenidad y la calma que reina en el solitario camino que lleva a la estación.
La mente es compleja (tan compleja que me volví loca intentando entender los aspectos de la condición humana en mi primer año de carrera) y, aunque nos cueste reconocerlo, incontrolable (tan incontrolable que la ansiedad que generó en mí esa ignorancia me dejó tirada en la cuneta) -al menos en lo que a emociones o estados afectivos y anímicos se refiere.
El nombre ridículo de un pueblo, el olor de una camiseta, una canción, el tacto de una cicatriz, la escena más absurda de una película, lugares como Madrid, Lisboa, Barcelona, Londres o Segovia... no son más que ejemplos que acompañan a lo que voy a llamar "visiones retrospectivas"; los recuerdos. Elementos recurrentes (muy a mi pesar) y provocados por pensamientos alegres y situaciones agradables, o por el contrario, algunos de los sentimientos más estúpidos, pero imprescindibles (cómo ya dije en otra ocasión): morriña, melancolía, tristeza o incluso aburrimiento.
Qué romántico.
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