Hasta donde alcanzaba la vista solo podía sentir calma, siempre tan abrumadora, con la brisa que susurraba palabras que nadie excepto ella podía entender.
Mucho tiempo atrás se armó de valor, amuletos y un viejo álbum de fotos roído por los años y el polvo que arrasaba con todo lo que había en el pequeño desván y comenzó su viaje, dejando todo atrás, incluso la razón.No creía en seres mitológicos, fantasmas o monstruos, pero en sus ojos podía verse reflejado el miedo. Un miedo indescriptible y tan irracional que sería casi imposible darle sentido o situarlo en el mapa y en el calendario.
No quedaban restos de humanidad en su mente, no corría el más mínimo atisbo de empatía por sus venas, no sentía apenas remordimiento por nada, no había lugar para lamentos, tampoco se esforzaba en tratar de castigarse, ni era su intención buscar lo más parecido a la redención.
Y era allí, a doscientos metros sobre el suelo y lo más cerca del cielo que hubiera podido imaginar, donde desaparecía todo el miedo provocado por su propia imaginación.
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