viernes, 23 de octubre de 2009

Y el grillo habló.

La voz de la conciencia me dice que lo mejor es que salga de ahí, que deje de dar vueltas en la rotonda, que tome la siguiente salida. La voz de la conciencia me dice que debo hacer lo que realmente quiero, no lo que debo. La voz de la conciencia me dice que tengo que ser yo la que maneje el cotarro, la que lleve el timón, la que mueva los hilos y no la que decida en función del bienestar ajeno.

Si le prestara atención cada vez que se dirije a mí pasaría los días buscando en cada rincón, esperando encontrar al que fuera mi "otra mitad" en el peor de los antros o acabaría viéndolo reflejado en una puñetera copa. Seguramente caería en la obsesión o en la extraña costumbre de decir su nombre tres veces para imaginarme su misteriosa aparición, como si fuera un fantasma o un personaje de Tim Burton.

"¡Bitelchús, Bitelchús, Bitelchús!".


Nunca sabremos que pasa por la cabeza de una "eterna-niñata-postadolescente" como yo, gran enigma de la etología humana o en el peor de los casos objeto de estudio en el campo de la psicopatología. Ojalá tuviera la respuesta a todas y cada una de las preguntas idiotas y no tan idiotas, pues no habríamos llegado a esta situación.
No habríamos cerrado puertas y abierto otras, para simplemente asomarnos a unas con el miedo en el cuerpo o cruzar otras poniendo a prueba nuestras posibilidades, para después cerrarlas con llave por dentro y colgar el cartelito "no molestar".


No me había dado cuenta hasta ahora de lo difícil que puede llegar a ser escribir algo dirigido a un "público" específico, totalmente anónimo y desconocido y conseguir aludirle. Todo un reto.


¿Hace un buen día verdad?

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