El río de gente era exageradamente caudaloso, y la fuerza que que ejercía la marea humana sobre nosotras algo sobrenatural, pero haciendo acopio de valor y a base de codazos conseguimos dirigirnos a nuestro destino, la puerta del metro de Gran vía, desde la esquina de la calle Fuencarral, donde no hicimos más que recibir empujones y codazos de los desesperados por salir del agujero metropolitano, ¿sería cosa del Karma?
Al son de la clásica canción de Rafaela Carrá "Hay que venir al Sur", seguido del espectáculo que me ofreció Alaska y su Fangoria, "miré la vida pasar" y cada una de las carrozas repletas de orgullosos y sonrientes bailarines.
Y una vez más pensé y lloré lo que tanto nos trae de cabeza a todo el colectivo femenino terrícola: "qué mal repartido está el mundo y qué injusta es la vida". Porque me había enamorado, sí, amor a primera vista comúnmente conocido, pero no fue un flechazo, porque él ni me vio entre tanta cabeza... y tracé un plan para subir a esa plataforma y darle un giro de 180º a su rosácea vida.
Fallé en mi misión.
Pasado el desfile y habiéndose vaciado la calle de curiosos, nos hicimos paso entre los rezagados, los borrachos, los cazafantasmas y la roña alcohólica del suelo. El Elástico nos esperaba.
Y en la puerta que estuvimos esperando, como los mendigos, pero con estilo, pues sustituimos la cerveza de medio litro por mojito, el "Señor Mohito", para entrar a la 1:30 y salir a las 2:30.
Frío hacía, aunque fuese psicológico, seguía haciendo rasca y hasta que no pió el primer pájaro no nos movimos de nuestra posición.
La compañía... ¿Qué decir de la compañía? Inmejorable, modestamente hablando, pero muy dudoso todo.
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