Si un profesor supiese que todos, absolutamente todos y cada uno de sus alumnos le iban a recordar como el profesor más cargante e incomprensible que les ha hecho perder un par de horas al día, los siete días de la semana, los cientoypico días que componen los cuatro meses de su docencia, dejaría de dar clase. (Le daría nombre a ese profesor, pero prefiero no meterme en berengenales).
Pero el tema de hoy no trata del ámbito educacional y la motivación que se respira en las aulas de primero de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid. Pongamos el ejemplo del cantante que ha comenzado su carrera hacia el estrellato y acaba estrellado (metafóricamente hablando, por supuesto).
Si una sola persona se hubiera sentido conmovida por sus letras tendría un buen motivo para no hundirse en la miseria, pero como su fin era triunfar en el mundo de la música, el agrio sabor de boca que le deja esa experiencia lo convierte en un ser sin fuerza ni afán por seguir intentando socavar un hoyo donde dejar su pequeña aportación.
Igual ocurre con el escritor olvidado, que mucho tiene que envidiar al creador de un best seller, con millones de lectores que disfrutan con cada palabra plasmada en sus hojas, mientras su única obra quedó escondida en un pequeño almacén de libros viejos.
Esto lo llevará a rodearse de toda la porquería que pueda inventar. Ha fracasado en lo que tanto interés puso, ha fracasado en su intento de hacer llegar al mundo un pedacito de su imaginación.
Creo que me estoy yendo por las ramas, ya no sé ni cual era el tema principal de mi entrada.

La lista de metas y fracasos podría ser interminable, pero, por lo general, somos seres dinámicos y nuestra ambición es infinita. Es esa ambición la que nos impulsa a guardar en un cajón todas nuestras meteduras de pata y nos mantiene a flote.
Si descubrimos cuáles son nuestras buenas y malas habilidades sabremos como manejarlas para alcanzar el éxito, algo que considero muy personal y subjetivo a la par que relativo.
Con esto que acabo de decir los ejemplos antes descritos cobran un poco más de sentido, si nos pusiéramos en la piel del profesor, del cantante o del escritor ¿no buscaríamos otras alternativas para alcanzar el "exito"?
Ahora pregunto:
¿El camino hacia el éxito nos lo marcamos nosotros o está dirigido por y para la aprobación o desaprobación de los demás?
¿Lo que hacemos influye de una manera u otra a los de nuestro alrededor? ¿Es esa la idea del éxito?
Me quedaría mucho más tranquila sabiendo que algún llegaré a ser alguien lo suficientemente equilibrado (en todos los sentidos) y encarrilado para servir de ejemplo - un buen ejemplo, si no es el mejor. ¿No es esa una de las máximas de la felicidad y la plenitud?
Menudo dilema.
http://www.youtube.com/watch?v=PmRJo8RQ5sA
(Ya he descubierto como se suben vídeos al blog, pero no me deja hacerlo. Esto sí que es un dilema.)
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