
Lo único que me gusta de los días de lluvia es que se llevan toda la mierda que cubre el suelo. Salgo a la calle y el agua empapa mi pelo y refresca mi piel, pero no por ello me siento más limpia. Mil pensamientos llenan mi cabeza y pocas voces se ahogan con la lluvia. Esas voces que no hacen más que gritar y contradecirse entre ellas, que no entienden del bien ni del mal y no son capaces de diferenciar lo real de lo imaginario.
Mientras camino, veo a la gente que se esconde bajo su paraguas o espera pacientemente en su portal a que la tormenta cese, y me pregunto si alguna vez escucharon esas insufribles vocecitas y consiguieron acallarlas o si las tuvieron que obedecer en algún momento.
Aunque con la cantidad de roña en la que me estoy revolcando debería preocuparme más por cómo quitármela de encima antes que ignorar todo lo que pasa por mi cabeza.
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